Mientras
sostenía sus cuerdas vocales en mi mano aún resonaban sus últimas
palabras una y otra vez:
-¿No
has visto Ciudadano Kane? Es un clásico, clásico.
No
paraban de repetirse en mi cabeza. Desde que tomé la absurda
decisión de estudiar en una escuela de cine todos los días alguien
sentía la irrefrenable necesidad de recomendarme un clásico,
clásico.
No sé muy bien cómo explicarlo pero cada vez que me comentaban qué majestuoso resultaba el maestro Hitchcock
en Vértigo o como lo grotesco y lo sublime se entremezclaban en el
cine de Fellini, yo sentía unas ganas locas de atravesar sus corazones con un hierro candente.
Era
superior a mí, alguna vez estuve a punto de caer en la
tentación, ponerme en la puerta de la escuela, esperar a que pasase
alguien y soltarle un tienes que ver la última de Herzog, rescata
la esencia de su cine de los setenta.
Y gracias al cielo no lo hice. ¿Por qué la gente no podrá
disfrutar del cine sin más, sin sentirse importantes o inteligentes
por hacer valoraciones absurdas? Es la maldición del séptimo arte.
Durante
meses viví atormentado por una pesadilla recurrente. En ella, la
sociedad se había convertido en una inmensa cola del cine para ver
una peli surcoreana y mientras esperábamos para comprar nuestra
entrada la gente hablaba del orgasmo intelectual que le producía
Bergman, el extásis emocional que sentían con cada escena de
Truffaut o la genial intensidad en cada actuación de Klaus Kinski.
Cada día me despertaba cinco años más viejo e incluso llegué a
barajar el no dormir nunca más.
Tenía
que hacer algo. Me puse en contacto con los distribuidores de cine
independiente y con la única sala que proyectaba sus títulos en la
ciudad. Les pedí por favor que cambiasen, que tratasen por una vez
de probar con algo distinto.
-Podríais
poner la última de Bruce Willis.
-¿De
quién?
-Bruce,
Bruce Willis, sí joder, el de la Jungla de Cristal.
-Ah...dices el de Die Hard.
Primer
intento fallido. Me insistieron varias veces, la gente necesita
historias dramáticas que les permitan preguntarse qué demonios
hacen ellos en este mundo, para entretenerse ya está la televisión.
Quizás
el problema era mío. Al día siguiente me presenté en mi trabajo
con una enorme sonrisa y dispuesto a vencer mis obsesiones. Si
alguien empezaba a hablarme de cine simplemente miraría para otro
lado o me levantaría y me marcharía. Pero no es tan fácil.
A
media mañana vino la secretaria y me invitó a tomar un café. Ella
pidió un cortado y yo uno grande con leche y una tostada. Todo
transcurría de maravilla, hablábamos de vaguedades sin importancia,
me comentó que su prima se casaba con un senegalés, yo le dije que
había decidido adoptar un gato y cuando estaba a punto de terminar
la tostada se rompió la magia.
-¿Tú
estudiaste cine, verdad? ¿Conoces a Kieslowski? Es un clásico
moderno.
Lo
siento de verdad, aún a día de hoy estoy completamente arrepentido,
fue una especie de autoreflejo, algo así como un impulso. La taza se
rompió en mil pedazos contra su frente delicadamente despejada
gracias a un moderno peinado.
Exploté,
ahí comenzó mi jornada de locura. Al momento se montó un gran
revuelo en la cafetería, todos me miraban asustados y algunos
incluso con cara de asco, mis ojos me decían que me estaban llamando
tarado, que me increpaban por haber destrozado una taza contra mi
compañera, pero en mis oídos sonaba otra cosa. Eres como
Norman Bates, peor, eres como Jack Torrance y Joseph Carmichael
juntos.
Me
abrí paso como pude y escapé de allí, me monté en mi coche y
arranqué. No sabía adonde iba pero necesitaba tomar distancia con
todo aquello. Por el camino conseguí aliviarme un poco, recobré el
aliento y me sentí fatal por todo lo que había hecho.
En el asiento
de atrás Billy Wilder y John Ford estaban a puntito de llegar a la
conclusión de que al fin había perdido para siempre la cabeza. Se
reían a carcajadas, de esa manera en que se ríe la gente cuando
creen que están haciendo un humor sutil sólo apto para entendidos y
en realidad lo que hacen es el gilipollas.
Menos
mal que el director americano de origen centroeuropeo (del que no recuerdo el nombre
pero su filmografía es casi perfecta) me dio el mejor consejo de
todos: lo mejor para un problema siempre es prenderle
fuego, hasta los cimientos, que no queden más que un leve puñado de
cenizas que se impregnen en tus dedos. Un
poco largo, pero buen consejo al fin y al cabo.
No
me quedaban opciones así que fui hasta el centro. Allí sobrevivía
el último videoclub de cine clásico e independiente de la ciudad.
Mientras la ira me consumía y estaba a punto de reventar en un
ataque de ansiedad, tuve que dar seis o siete vueltas a la manzana
para aparcar. Eso
me enfadó aún más.
Nada
más entrar la olí, esa rancia mezcla entre peroratas vacías y
emociones falsas. Al otro lado del mostrador estaba él, con una
chaquetilla de lana con botones de madera, una barba descuidada al
milímetro y uno de esos flequillos imposibles. Me acerqué
temblando, estaba mordiéndome los labios por dentro y apreté tan
fuerte las uñas que por poco me hago sangre.
Dí
un golpe en la mesa y pregunté:
-¿Qué
podrías reco...reco...recomendarme?
El
tipo levantó la mirada de su apestoso fanzine y me escrutó de tal
manera que aún me siento un poco sucio.
-¿Conoces
el Cinema Novo Brasileiro?
Ahí
estaba. La gota. De los siguientes veinte minutos apenas tengo vagos
recuerdos. Sé que tiré algunas estanterías al suelo, que mordí
con fuerza a Catherine Deneuve en la carátula de Belle de
Jour, que oriné en toda la
sección dedicada a la Nouvelle Vague mientras tarareaba la
marsellesa haciendo pedorretas con la boca y que en el máximo apogeo
coloqué a aquel pobre hombre sobre mis rodillas y lo azoté una y
otra vez con toda la filmografía de Kim Ki-duk.
Exhausto y abatido terminé por abrazarlo, él lloraba, el sitio
estaba hecho un desastre y por un segundo mi corazón se reblandeció,
me dejé caer a su lado y me sinceré:
-Sabes, creo que mi gran problema es que no he visto Ciudadano Kane.
Con un último sollozo respondió:
-¿No
has visto Ciudadano Kane? Es un clásico, clásico.